sábado, 24 de septiembre de 2011

Picasso y los precios del trabajo profesional

El presente artículo no lo escribí yo, sino Ariel Baños, un economista conocido por sus columnas en el diario la Nación, y autor del libro "El secreto de los precios".

La Nación, El jueves 5 de mayo de 2011

Cuentan que cierto día, el consagrado pintor Pablo Picasso estaba terminando una de sus obras en un parque. Una mujer que pasaba por el lugar lo reconoció y no dudó en acercarse.
- No lo puedo creer, usted es Picasso el gran artista, no se imagina cuánto lo admiro. Mi gran sueño es que dibuje mi retrato. Por favor, ¿podría hacerlo ahora? - preguntó la mujer, casi implorando.
De hecho insistió de tal forma que Picasso finalmente accedió al pedido. Entonces el gran maestro tomo un papel, la estudió por un momento, y con un solo trazo de su lápiz bosquejó el rostro de la mujer. Así le entregó su obra. La mujer observó detenidamente su retrato, sumamente impresionada.
- Es perfecto. No puedo creer cómo consiguió capturar mi esencia con un solo trazo, en tan solo un momento. Muchísimas gracias maestro. ¿Cuánto le debo? - preguntó antes de retirarse.
- Cinco mil dólares - respondió Picasso sin pestañear.
-¿Cómo? - exclamó la mujer terriblemente sorprendida.
- Como puede querer tanto dinero por esta obra, si sólo le tomó unos pocos segundos realizarla - prosiguió, buscando alguna explicación del pintor.
Entonces Picasso respondió con firmeza:
- Señora, se equivoca, me llevó toda la vida.

Ni siquiera un genio como Pablo Picasso lograba en ciertas ocasiones escapar al estigma del tiempo de trabajo y su relación con el precio. Este tipo de paradigmas muchas veces condiciona tanto los precios cobrados, como los pagados por las actividades profesionales y técnicas.

Los clientes, a pesar que muchas veces no lo reconozcan abiertamente, no compran tiempo de trabajo, compran resultados. Concentrarnos en el tiempo de trabajo, o genéricamente en los costos, para determinar un precio, es un enfoque sumamente limitado y engañoso. Aunque nos pese reconocerlo, los clientes son totalmente indiferentes al sacrificio que realicemos en nuestra actividad. El tiempo de trabajo es una variable interna que nada nos dice acerca del valor que representa lo que nosotros hacemos para nuestros clientes.
Es frecuente que en diversas actividades se recurra a una planilla de horas trabajadas, que luego se multiplica por un cierto valor hora, para definir el precio a cobrar a un cliente. Pero, ¿acaso representa lo mismo una hora de trabajo previamente programado, que una hora para cubrir una urgencia de un cliente? ¿Las aerolíneas cobran el mismo precio por un pasaje comprado con tres meses de anticipación que en el caso de un ticket para el día siguiente? ¿Vale lo mismo tener un paraguas a mano un día de lluvia que un día despejado?

Además el hecho de cobrar según el tiempo de trabajo lleva a una "comoditización" de los servicios ofrecidos, ya que el cliente percibe estar comprando tiempo, en lugar de resultados o soluciones. Así, es un gran desafío encontrar parámetros o "métricas" que permitan asociar el precio cobrado con el resultado obtenido por el cliente. Esto inclusive puede derivar en una política de segmentación de precios, ya que la valoración puede ser diferente para distintos grupos de clientes. Todo esto es factible, aplicando un criterio claro, y sin caer en la deformación del "cobrar según la cara".

Al asociar el precio al valor que recibe cada cliente, los profesionales y técnicos pueden generar propuestas más atractivas para sus clientes. Esto permitiría que muchas profesiones reflejaran en sus esquemas de precios que son verdaderos vendedores de soluciones y no simplemente proveedores de tiempo de trabajo.

(*) Ariel Baños es un economista especializado en estrategias de precios. Es presidente y fundador de fijaciondeprecios.com y autor del libro "Los secretos de los precios".

Contador Público Pablo Trentin - U.B.A.
http://www.estudiocontable.org

viernes, 23 de septiembre de 2011

Por qué no es bueno evadir impuestos (basado en una historia real)

Juan era un chico de barrio, más precisamente de Villa Urquiza. Desde hacía años trabajaba en el negocio de su familia, una fábrica de ropa. Pero un día decidió que era el momento de ponerse por su cuenta. Y lo hizo.

Muy contento con su nuevo emprendimiento, se puso a buscar un contador de confianza. Contrató a Pedro, un amigo suyo de toda la vida y en quien confiaba plenamente por su honestidad.

Enseguida se reunieron los dos a planificar cómo iba a ser la inscripción en los respectivos impuestos nacionales y locales. En realidad Juan ya venía operando desde hacía algunos meses, pero siempre en la informalidad, y se quejaba de que algunos de sus clientes le pedían factura por sus ventas. Finalmente se decidió por inscribirse en el IVA, sus clientes agradecidos por tener factura.

Cuando llegó el momento de hacer la primera liquidación del impuesto al valor agregado, Pedro le pide las facturas de compras y ventas del mes a su amigo. Efectúa la liquidación correspondiente y se encuentra con que las compras del período superan a las ventas. Pedro, extrañado de este hecho, se pone en contacto con Juan para preguntarle el por qué de esta situación. Juan le comenta que porque era el primer mes, tuvo gastos iniciales propios de cualquier negocio.

La situación se mantuvo igual por varios meses, hasta que Pedro se decidió sentarse a hablar seriamente con Juan sobre los números. Juan se justificaba diciendo que los impuestos en Argentina son demasiado altos, que si uno cumple con la ley al pie de la letra acaba fundiéndose, que todos hacen lo mismo, que en su familia siempre se manejaron de esa manera y nunca tuvieron problemas, etc.

La evasión de impuestos es un problema más serio de lo que se imagina. Sin dejar de mencionar los efectos económicos negativos que acarrea para la economía del país, es una seria traba para el crecimiento de las Pymes. Supongamos, por ejemplo, que Juan el día de mañana necesite obtener un préstamo para comprarse una nueva máquina. El banco le pediría sus últimas 3 declaraciones juradas del impuesto a las ganancias. Al ver que sus ingresos son insuficientes para calificar, no obtendrá el crédito. ¿Usted le prestaría dinero a una empresa que genera pérdidas? Nosotros tampoco.

Además existe el riesgo de una inspección por parte de AFIP. Si, por ejemplo, todos los meses nuestro negocio viene arrojando pérdida, y hace 5 años que estamos trabajando, el fisco seguramente se percatará de ello, y a menos que podamos probar de dónde provienen los fondos para poder operar a pérdida, será muy difícil defender esta situación.

En cualquier caso, lo mejor es siempre hacerse asesorar por un profesional en ciencias económicas, el que buscará la mejor manera de reducir la carga tributaria, pero siempre dentro del marco de la ley.

Pablo Trentin
Contador Público - U.B.A.
http://www.estudiocontable.org